[…]"Aunque ya no creerás que debes ser un estandarte de la perfección para ser feliz, todavía tendrás que familiarizarte con el hecho de que algunas de las mejores personas de tu vida son falibles, irracionales y claramente irritantes.
Tus padres te seguirán poniendo nervioso cuando intenten ayudarte, los niños seguirán haciendo trastadas para llamar la atención y los amigos seguirán hablando de ellos mismos cuando desees que te escuchen.
Y tu pareja continuará poniéndose a la defensiva cuando no te encuentres bien o tengas dolor de cabeza, como si él o ella tuviera la culpa.
Los hombres seguirán siendo hombres, y seguirá sin existir furia tan infernal como la de una mujer despechada. Pero, por alguna razón, ya no obtendrás ningún placer de esa clase de dramas.
Existen numerosas culturas en las que el individuo no es lo principal y, como consecuencia, carece de sentido creer que uno sabe lo que es mejor.
En la India, por ejemplo, el principio de no violencia se basa en la aceptación de la inevitable falibilidad humana. Como decía Gandhi, el enemigo se halla en el interior tanto como en el exterior, por lo que hay que buscar la reconciliación entre ambas manifestaciones.
Los indios americanos acostumbraban a honrar a un grupo llamado "opositivo", cuyo papel consistía en hacer lo contrario de lo que hacían todos los demás; así recordaban a los miembros de la tribu que la noción de lo que se considera correcto y verdadero es relativa.
En la tradición sufi, existe una antigua disciplina espiritual llamada "la senda de la culpa", que invita a apartarse del propio camino para justificar las acciones cuestionables de los demás, e incluso sugiere que busquemos la compañía de aquellos que nos rechazan.
No es una cuestión de clemencia, sino de sentido práctico; ¿por qué la felicidad tiene que depender de que los demás muestren un comportamiento ejemplar? ¿O de la honestidad de tus propios actos? No puedes vivir tu vida anticipándote a la aprobación de nadie... ya se trate de alguien ajeno o de ti mismo.
Si eres una persona propensa a las depresiones del día después, o a los disgustos postvictoria, escucha un consejo: las ovaciones no son tan importantes, después de todo. Quizás, como el buscador de culpa sufí Malämatïs, deberías intentar minimizar tus logros, disimulándolos no sólo ante los demás sino también ante ti mismo.
No permitas que tu ego exija un premio. Deshínchalo con una sana dosis de sinsentido.
Por ejemplo, celebra un ascenso considerable sacando la basura con alegría durante una semana; compensa tus quince minutos de fama apilando chatarra sistemáticamente, o demuestra lo contento que están de haber conseguido un nuevo cliente paseando al perro de la anciana de tu rellano.
Consciente de que la confianza de nuestro ego más insaciable siempre se basa en la buena fortuna, el famoso analista Carl Gustav Jung a menudo saludaba a sus amigos preguntando: "¿Has tenido algún éxito apabullante últimamente?"."
Véronique Vienne
Creadas originalmente por haideé iglesias
Estoy en ello :)))