viernes, 21 de junio de 2013

La impostura del ego

haideé iglesias

En nuestra experiencia cotidiana, el yo nos parece real y sólido. Pese a no ser, desde luego, tangible como un objeto, experimentamos ese yo en su vulnerabilidad, que nos afecta constantemetne: una simple sonrisa le produce de forma inmediata placer y un fruncimiento de entrecejo le contraría. Está "ahí" en todo momento, dispuesto a ser herido o gratificado. Lejos de percibirlo como múltiple e inaprensible, lo convertimos en un bastión unitario, central y permanente. Pero examinemos lo que se supone que contribuye a nuestra identidad. ¿El cuerpo? Un conjunto de huesos y carne. ¿La conciencia? Una sucesión de pensamientos fugaces. ¿Nuestra historia? El recuerdo de lo que ya no es. ¿Nuestro nombre? Vinculamos a él todo tipo de conceptos –el de nuestra filiación, el de nuestra reputación, el de nuestra posición social–, pero a fin de cuentas, no es más que un conjunto de letras. Cuando vemos escrito JUAN, nuestra mente da un respingo al pensar "¡soy yo!", pero basta separar las letras J-U-A-N para que dejemos de darnos por aludidos. La idea que nos hacemos de "nuestro nombre"no es más que una elaboración mental, y el apego a nuestro linaje y a nuestra "reputación" no hace sino restringir la libertad interior. El sentimiento profundo de un yo que esté en el corazón de nuestro ser, eso es lo que debemos examinar honradamente.
Cuando exploramos el cuerpo, la palabra y la mente, nos damos cuenta de que ese yo no es más que un término, una etiqueta, una convención, una designación. El problema es que es etiqueta se considera algo, y algo importante. Para desenmascarar la impostura del yo, es preciso llevar las pesquisas hasta el final. Alguien que sospecha que hay un ladrón  en su casa debe inspeccionar todas las habitaciones, todos los rincones, todos los escondrijos posibles, hasta estar seguro de que realmente no hay nadie. Sólo entonces puede recobrar la paz. En este caso, se trata de una búsqueda introspectiva encaminada a descubrir lo que se oculta tras la quimera de un yo que, al parecer, define lo que se oculta tras la quimera de un yo que, al parecer, define nuestro ser.
Un análisis riguroso nos obligará a concluir que el yo no reside en ninguna parte del cuerpo. No está ni en el corazón, ni en el pecho, ni en la cabeza. Tampoco está disperso, como una sustancia que impregnara todo el cuerpo. Tendemos a pensar que el yo está asociado a la conciencia. Pero la conciencia es también un flujo inaprensible: el pasado está muerto, el futuro todavía no ha nacido y el presente no dura. ¿Cómo podría existir un yo suspendido como una flor en el cielo, entre algo que ha dejado de existir y algo que no existe todavía? No es posible encontrarlo ni en el cuerpo ni en la mente (la conciencia, que para el budismo no es sino otra palabra para designar la mente), ni, como entidad distinta, en una combinación de los dos, ni tampoco fuera de ellos. Ningún análisis serio, ninguna experiencia contemplativa directa permite justificar el poderoso sentimiento de poseer un yo. No se puede encontrar el yo en aquello a lo que está asociado. Alguien puede pensar que es alto, joven e inteligente, pero ni la estructura, ni la juventud, ni la inteligencia son el yo. Así pues, el budismo concluye que el yo no es más que un nombre mediante el cual designamos un continuo, igual que llamamos a un río Ganges o Misisipí. Un continuo así existe, desde luego, pero de forma puramente convencional y fictícia. Está totalmente desprovisto de existencia real. 

Matthieu Ricard

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Qué el amor ilumine tu inteligencia y abra tu corazón para que las palabras que pronuncies conviertan el mundo en un lugar mejor :)
Sin mentir, encontrarás la luz del amor con más facilidad.
Siente la vida, siéntete a ti mismo, y di lo que sientes, sintiendo lo que dices
La paz es el camino y la humildad sus pies -.-

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