jueves, 16 de mayo de 2013

Detenernos el tiempo suficiente...


"Lamentarnos de nuestros tristes empleos ante la máquina de café o formar parte del grupo de quejicas de la empresa puede ofrecernos un momento de camaradería, pero no nos aporta significado. La idea de que el trabajo no es divertido y no nos permite realizarnos nos limita enormemente e impide que le encontremos sentido. Cuando convertimos esas quejas en un hábito, nuestra carencia de sentido se convierte en algo crónico. En poco tiempo, la inversión en la queja es tan grande que cualquier oportunidad de ver nuestro empleo como una parte rica de nuestras vidas se desvanece. En vez de emplear nuestro tiempo en encontrarle sentido, lo invertimos en centrarnos en la carencia de sentido. Así que, de aquí en adelante, pregúntese por qué se queja y, quizá más importante todavía, cuál es el beneficio que obtiene de esas quejas.
Recuerde también que el gran carnaval de la queja no es una celebración: es el desfile de los tristes. Nuestras quejas trivializan nuestra experiencia en el trabajo y en nuestra vida personal. Cuando nos quejamos, desconectamos. Cuando gruñimos, ponemos al hecho o a las personas de los cuales nos quejamos como escudos y nos apartamos de ellos. Perpetuamos un estilo de vida victimista que nos convierte en seres indefensos. Pero cuando dedicamos el tiempo necesario a comunicar nuestros miedos e inseguridades, conectamos a un nivel más auténtico y profundo. Ésa es la vida real. Cuando conectamos con esa humanidad profunda, creamos una nueva comunidad de apoyo en la que se abren muchas posibilidades nuevas. Se trata de una labor mucho más efectiva que la que proporciona el club de los quejicas de la máquina de café.
Cuando nos detenemos el tiempo suficiente para llevar a cabo esa auténtica conexión, entonces no podemos evitar el sentido. Nos espera en cada máquina de café, ascensor, almacén, taxi, sala de conferencias y sala de juntas. Cuando perdemos el sentido de nuestra vida laboral, perdemos la vida en nuestro trabajo. Y cuando perdemos la vida en nuestro trabajo, no podemos evitar convertirnos en prisioneros de nuestros pensamientos, quedarnos recluidos dentro de nuestro propio campo de concentración interior. 

haideé iglesias

Viktor Frankl investigó dentro del reino de la desesperación y encontró sentido allí. No tuvo que crearlo: estaba allí esperando ser encontrado. Lo mismo sucede en nuestra vida laboral. Cuando nos abrimos al significado, cuando nos detenemos el tiempo suficiente para apreciar a los demás, a nosotros mismos y al trabajo con todo su sentido, aumentamos inmediatamente la calidad de nuestra vida y la de las personas que nos rodean. 
Esto no significa que neguemos la carga que a veces transportamos, nuestras preocupaciones, nuestra pena. Todo lo contrario. Frankl conocía perfectamente el significado del sufrimiento inevitable. Lo aprendió en los campos de concentración nacionalsocialistas. Conocía el lado más oscuro de la conducta humana, pero también el más luminoso. El tenía plena conciencia de esas dos posibilidades del hombre y precisamente eso es lo que le proporcionaba la profunda e inamovible fe que tenía. Frankl presenció cómo muchas personas superaban las circunstancias más terribles para ofrecer todo lo que tenían a los demás. Fue testigo de la manifestación del más elevado espíritu humano. 
No hay duda de que todos conocemos la generosidad y la gracia, esos momentos en los que alguien dice o hace la cosa correcta, nos ofrece la presencia que necesitamos para ver las cosas con mayor claridad o nos apoya en épocas difíciles. Y ya que pasamos tanto tiempo de nuestra vida en el trabajo, ¿por qué no nos prestamos esa atención los unos a los otros? 
Nuestra vida se presenta ante nosotros como un laberinto de sentido, y nuestro trabajo, aunque no resulte siempre del todo evidente, también. La vida y las relaciones se desarrollan, cambian. A veces, abrazamos ese proceso; otras, cambiamos nuestras circunstancias y empezamos de nuevo. Esto es verdad en relación con el trabajo y nuestra vida privada. De nuevo, todo ello es parte del laberinto de la vida. Seguimos un sendero que nos trae suerte e infortunio, dolor y placer, pérdidas y ganancias. Se trata de un camino que descubre nuestros miedos, que pone a prueba nuestro coraje y que nos guía en todo momento. Se trata de un camino sagrado de individualidad y nadie puede recorrerlo salvo nosotros.
No siempre es fácil seguir un rumbo con la debida reverencia. No en vano se trata de un laberinto. Pero si lo que queremos es conocer el auténtico sentido de nuestras vidas independientemente de cuál sea nuestra fe, lo importante es que podremos conocer el sentido de nuestro trabajo cuando conozcamos el sentido de nuestra vida. Nuestra voluntad de sentido, no nuestra voluntad de placer o poder, es lo que ilumina nuestra vida con auténtica libertad. Se trata de una distinción extremadamente importante a la hora de analizar las distintas maneras en que hacemos uso de nuestra voluntad para sobrellevar nuestra vida y nuestro trabajo. En un análisis final, somos libres de escoger nuestra respuesta a todo lo que nos sucede, incluidas aquellas cosas que nos ocurren en el trabajo. Esto forma parte del verdadero núcleo de las enseñanzas de Frankl..." […]

Alex Pattakos

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Qué el amor ilumine tu inteligencia y abra tu corazón para que las palabras que pronuncies conviertan el mundo en un lugar mejor :)
Sin mentir, encontrarás la luz del amor con más facilidad.
Siente la vida, siéntete a ti mismo, y di lo que sientes, sintiendo lo que dices
La paz es el camino y la humildad sus pies -.-

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