viernes, 28 de junio de 2013

Los frágiles rostros de la identidad

haideé iglesias

La noción de "persona" incluye la imagen que tenemos de nosotros mismos. La idea de nuestra identidad, de nuestra posición en la vida, se halla anclada en la mente e influye de forma constante en nuestras relaciones con los demás. Cuando una conversación toma un mal cariz, no es tanto el tema de la conversación lo que nos incomoda como el cuestionamiento de nuestra identidad. Cualquier palabra que amenaza la imagen que tenemos de nosotros mismos nos resulta insoportable, mientras que el mismo calificativo aplicado a otro, en circunstancias diferentes, apenas nos afecta. Si uno tiene una imagen fuerte de sí mismo, intentará constantemente asegurarse de que es reconocida y aceptada. No hay nada más doloroso que verla puesta en duda. 
Pero ¿qué valor tiene esa identidad? Es interesante recordar que "personalidad" viene de persona, que en latín significa "máscara". La máscara "a través de" (per) la cual el actor hace "resonar" (sonat) su papel. Mientras que el actor sabe que lleva una máscara, con frecuencia nosotros olvidamos distinguir entre el papel que representamos en la sociedad y nuestra naturaleza profunda.
A veces conocemos a personas en países lejanos, en condiciones más o menos difíciles, como un trekking o una travesía por mar. Durante esos días de aventura compartida tan sólo cuentan nuestros compañeros de viaje en ese preciso momento, cuyo único equipaje son las cualidades y los defectos que manifiestan en el curso de las peripecias vividas juntos. Poco importa entonces "quienes" son, la profesión que ejercen, la importancia de su fortuna o su categoría social. Cuando esos compañeros se encuentran de nuevo, en la mayoría de los casos la espontaneidad ha desaparecido porque cada uno ha vuelto a ponerse su "máscara", ha recuperado su papel y su posición social de padre de familia, pintor de brocha gorda o empresario. Se ha roto el encanto. La espontaneidad se ha desvanecido. Esta profusión de etiquetas falsea las relaciones humanas porque, en lugar de vivir lo más sinceramente posible, los acontecimientos de la vida, nos comportamos con afectación para preservar nuestras imagen. 
Normalmente, tememos abordar el mundo sin referencias y nos da vértigo cuando llega el momento de que caigan las máscaras y los calificativos: si ya nos soy músico, escritor, funcionario, culto, guapo o fuerte, ¿quién soy? Sin embargo, no llevar ninguna etiqueta es la mejor garantía de libertad y la manera más flexible, ligera y alegre de pasar por este mundo. No ser víctima de la impostura del ego no nos impide en absoluto, sino todo lo contrario, alimentar una firme determinación de alcanzar los objetivos que nos hemos propuesto y disfrutar en cada instante de la riqueza de nuestras relaciones con el mundo y los seres.

Mathieu Ricard

¡Feliz fin de semana! :)

miércoles, 26 de junio de 2013

En busca del "yo" perdido

haideé iglesias

Esta imagen, lo mismo que la de la anterior entrada la subo en B&W porque no me permite blogger subir las que están en color. Curioso, si, porque las que están en color son originales y las que están en B&W son copia. En otras no me deja las copias; que tal como reza el aviso, sería éste el motivo. Pero no. Parece más bien a capricho. Muy curioso. Si. Y falso, claro. En ambos casos. Sigue la manipulación.
En fin, continuo con el ego.

¿Dónde se encuentra, pues el yo? No puede estar sólo en mi cuerpo, pues cuando digo "[yo] estoy orgulloso", es mi conciencia la que está orgullosa, no mi cuerpo. ¿Se encuentra entonces únicamente en mi conciencia? Dista mucho de ser evidente. Cuando digo: "Alguien me ha empujado" ¿es mi conciencia la que ha sido empujada? Por supuesto que no. Evidentemente, el yo no puede estar fuera del cuerpo y de la conciencia. Si constituyera una entidad autónoma separada tanto del uno como de la otra, no podría ser su esencia. ¿Es sólo la suma de sus partes, su estructura y su continuidad? ¿Se halla la noción del yo simplemente asociada al conjunto del cuerpo y de la conciencia? Estamos empezando a abandonar la noción de un yo concebido como un propietario o una esencia para pasar a una noción más abstracta, la de un concepto. La única salida a este dilema lleva a considerar el yo una designación mental o verbal vinculada a un proceso dinámico, a un conjunto de relaciones cambiantes que integran percepciones del entorno, sensaciones, imágenes mentales, emociones y conceptos. El yo no es más que una idea. 
Ésta aparece cuando unimos el "yo" psicológico, la experiencia del momento presente, con la "persona", la continuidad de nuestra existencia. Como explica el neuropsiquiatra David Galin, tenemos una tendencia innata a simplificar los conjuntos complejos para convertirlos en "entidades" y a suponer que dichas entidades son duraderas. Es más fácil funcionar en el mundo dando por sentado que la mayor parte de nuestro entorno no cambia de minuto en minuto y tratando la mayoría de las cosas como si fueran más o menos constantes. Perdería toda concepción de lo que es "mi cuerpo" si lo percibiera como un torbellino de átomos que no se identifica a sí mismo ni siquiera durante una millonésima de segundo. Sin embargo, olvido demasiado deprisa que la percepción corriente de mi cuerpo y del conjunto de los fenómenos no es sino una aproximación y que, en realidad, todo está en constante cambio. 
Así es como reificamos el yo y el mundo. El yo sustancial no es inexistente –lo experimentamos constantemente–, existe como ilusión. En ese sentido es en el que el budismo dice que el yo sustancial está "vacío de existencia autónoma y permanente". En ese sentido es también en el que el Buda decía que el yo sustancial, así como todos los fenómenos que aparecen ante nosotros dotados de una existencia autónoma, son semejantes a un espejismo. Visto desde lejos, el espejismo de un lago parece real, pero cuando nos acercamos nos sería muy difícil encontrar agua. Las cosas no son ni tal como nos parece que existen ni totalmente inexistentes, a la manera de una ilusión, aparecen sin tener realidad última. Tal como enseñaba el Buda:

Como la estrella fugaz, el espejismo, la llama,
la ilusión mágica, la gota de rocío, la burbuja en el agua,
como el sueño, el relámpago o la nube:
considera así todas las cosas. 

Matthieu Ricard 

lunes, 24 de junio de 2013

La deconstrucción del yo

haideé iglesias

Para verlo más claro, ahondemos en este análisis La noción de identidad personal comprende tres aspectos: el "yo psicológico", la "persona" y el "yo sustancial". Estos tres aspectos no son fundamentalmente distintos, pero reflejan diferentes maneras de vincularse a la percepción que tenemos de una identidad personal.
El "yo psicológico" vive en el presente, , es el que piensa "[yo] tengo hambre" o "[yo] existo". Es el lugar de la conciencia de los pensamientos, del juicio y de la voluntad. Es la experiencia de nuestro estado actual.
La noción de "persona" es más amplia, es un continuo dinámico, extendido en el tiempo, que integra diversos aspectos de nuestra existencia en los planos corporal, mental y social. Sus fronteras son más difusas: la persona puede referirse al cuerpo ("ir a un sito en persona"), al carácter ("una persona decidida"), a las relaciones sociales ("separar la vida personal de la vida profesional"). Su continuidad en el tiempo nos permite unir las representaciones de nosotros mismos que pertenecen al pasado y las proyecciones concernientes al futuro. La noción de persona es válida y sana si la consideramos un simple concepto que designa el conjunto de las relaciones entre la conciencia, el cuerpo y el entorno. Es inapropiada y malsana si la consideramos una entidad autónoma.
Queda el "yo sustancial". Acabamos de ver que consideramos que es el núcleo mismo de nuestro ser. Lo concebimos como un todo indivisible y permanente que nos caracteriza desde la infancia hasta la muerte. El yo no es sólo la suma de "mis" miembros, "mis" órganos, "mi" nombre, "mi" conciencia, sino su propietario exclusivo. Hablamos de "mi" brazo y no de una "extensión alargada del yo". Si nos cortan un brazo, el yo simplemente pierde un brazo, pero permanece intacto. Un hombre-tronco se siente disminuido en su integridad física, pero piensa claramente que conserva su yo. Si cortamos el cuerpo a rodajas, ¿En que momento empieza a desaparecer el yo? Percibimos un yo sustancial mientras conservamos la facilidad de pensar. Volvemos, pues, a la famosa frase de Descartes, que resume la noción del yo en el pensamiento occidental. "[¥o] pienso, luego  [yo] existo". Pero el hecho de pensar no demuestra estrictamente nada en lo relativo a la existencia del yo sustancial, porque ese "yo" no es otra cosa que el contenido actual de nuestro flujo mental, que cambia de un instante a otro. Como explica el filósofo budista Han de Wit, la frase "[yo] pienso, luego [yo] existo" no demuestra la existencia de un yo como pensador: "Partimos de la idea de que la experiencia implica un "yo" que experimenta […]. Pero la idea "yo experimento algo" no demuestra que existe una persona que experimenta". En efecto nos basta con percibir algo, o tener la idea de algo, para que ese algo exista. Percibimos perfectamente un espejismo y una ilusión, ambos desprovistos de realidad. Han de Wit concluye: "El ego es el resultado de una actividad mental que crea y "mantiene viva" una entidad imaginaria en nuestra mente". 
La idea de que el yo podría ser sólo un concepto va en contra de la intuición de la mayoría de los pensadores occidentales. Descartes es categórico: "Cuando considero mi mente, es decir, a mi mismo en tanto en cuanto sólo soy una cosa que piensa, no puedo distinguir partes, sino que me concibo como una cosa única y entera". El neurólogo Charles Scott Sherrington, va más lejos: "El "yo" es una unidad... Se considera como tal y los demás lo tratan así. Nos dirigimos a él como a "una" entidad, mediante un nombre al que responder". Indiscutiblemente, tenemos la percepción intuitiva de un yo unitario, pero, cuando intentamos precisarlo, nos resulta muy difícil acertar. 

Matthieu Ricard 

viernes, 21 de junio de 2013

La impostura del ego

haideé iglesias

En nuestra experiencia cotidiana, el yo nos parece real y sólido. Pese a no ser, desde luego, tangible como un objeto, experimentamos ese yo en su vulnerabilidad, que nos afecta constantemetne: una simple sonrisa le produce de forma inmediata placer y un fruncimiento de entrecejo le contraría. Está "ahí" en todo momento, dispuesto a ser herido o gratificado. Lejos de percibirlo como múltiple e inaprensible, lo convertimos en un bastión unitario, central y permanente. Pero examinemos lo que se supone que contribuye a nuestra identidad. ¿El cuerpo? Un conjunto de huesos y carne. ¿La conciencia? Una sucesión de pensamientos fugaces. ¿Nuestra historia? El recuerdo de lo que ya no es. ¿Nuestro nombre? Vinculamos a él todo tipo de conceptos –el de nuestra filiación, el de nuestra reputación, el de nuestra posición social–, pero a fin de cuentas, no es más que un conjunto de letras. Cuando vemos escrito JUAN, nuestra mente da un respingo al pensar "¡soy yo!", pero basta separar las letras J-U-A-N para que dejemos de darnos por aludidos. La idea que nos hacemos de "nuestro nombre"no es más que una elaboración mental, y el apego a nuestro linaje y a nuestra "reputación" no hace sino restringir la libertad interior. El sentimiento profundo de un yo que esté en el corazón de nuestro ser, eso es lo que debemos examinar honradamente.
Cuando exploramos el cuerpo, la palabra y la mente, nos damos cuenta de que ese yo no es más que un término, una etiqueta, una convención, una designación. El problema es que es etiqueta se considera algo, y algo importante. Para desenmascarar la impostura del yo, es preciso llevar las pesquisas hasta el final. Alguien que sospecha que hay un ladrón  en su casa debe inspeccionar todas las habitaciones, todos los rincones, todos los escondrijos posibles, hasta estar seguro de que realmente no hay nadie. Sólo entonces puede recobrar la paz. En este caso, se trata de una búsqueda introspectiva encaminada a descubrir lo que se oculta tras la quimera de un yo que, al parecer, define lo que se oculta tras la quimera de un yo que, al parecer, define nuestro ser.
Un análisis riguroso nos obligará a concluir que el yo no reside en ninguna parte del cuerpo. No está ni en el corazón, ni en el pecho, ni en la cabeza. Tampoco está disperso, como una sustancia que impregnara todo el cuerpo. Tendemos a pensar que el yo está asociado a la conciencia. Pero la conciencia es también un flujo inaprensible: el pasado está muerto, el futuro todavía no ha nacido y el presente no dura. ¿Cómo podría existir un yo suspendido como una flor en el cielo, entre algo que ha dejado de existir y algo que no existe todavía? No es posible encontrarlo ni en el cuerpo ni en la mente (la conciencia, que para el budismo no es sino otra palabra para designar la mente), ni, como entidad distinta, en una combinación de los dos, ni tampoco fuera de ellos. Ningún análisis serio, ninguna experiencia contemplativa directa permite justificar el poderoso sentimiento de poseer un yo. No se puede encontrar el yo en aquello a lo que está asociado. Alguien puede pensar que es alto, joven e inteligente, pero ni la estructura, ni la juventud, ni la inteligencia son el yo. Así pues, el budismo concluye que el yo no es más que un nombre mediante el cual designamos un continuo, igual que llamamos a un río Ganges o Misisipí. Un continuo así existe, desde luego, pero de forma puramente convencional y fictícia. Está totalmente desprovisto de existencia real. 

Matthieu Ricard

miércoles, 19 de junio de 2013

¿Qué hacer con el ego?

haideé iglesias

A diferencia del budismo, muy pocos métodos psicológicos abordan el problema de reducir el sentimiento de la importancia del yo, reducción que, para el sabio, va hasta la erradicación del ego. Sin duda es una idea nueva, incluso subversiva, en Occidente, que considera al yo el elemento fundador de la personalidad. ¿Erradicar totalmente el ego?. Entonces, ¿yo ya no existo? ¿Cómo se puede concebir un individuo sin yo, sin ego? Semejante concepción, ¿no es psíquicamente peligrosa? ¿No nos exponemos a caer en una forma de esquizofrenia? La ausencia de ego o un ego débil, ¿no son signos clínicos que revelan una patología más o menos grave? ¿No es preciso disponer de una personalidad construida antes de poder renunciar al ego? Esta es la reacción defensiva de todo Occidente frente a esas nociones poco familiares. La idea de que es necesario tener un yo sólido se debe al hecho de que las personas que padecen transtornos psíquicos supuestamente tienen un yo fragmentado frágil y deficiente.
La psicología infantil describe cómo aprende un bebé a conocer el mundo, a situarse poco a poco en relación con su madre, con su padre y con los que le rodean; como comprende, a la edad de un año, que su madre y él son dos seres distintos, que el mundo no es simplemente una extensión de sí mismo y que él puede ser la causa de una serie de acontecimientos. A esta toma de conciencia se le da el nombre de "nacimiento psicológico". A partir de este momento concebimos al individuo como una personalidad, idealmente estable, afianzada, basada en la creencia de que existe un yo. La educación parental y más tarde escolar refuerza esta noción que recorre toda nuestra literatura y nuestra historia. En un sentido, podemos decir que la creencia en un yo establecido es uno de los rasgos dominantes de nuestra civilización. ¿Acaso no se habla de forjar personalidades fuertes, resistentes, adaptadas, combativas?
Eso es confundir ego y confianza en uno mismo. El ego sólo puede proporcionar una confianza falsa, construida sobre atributos precarios –poder, éxito, belleza y fuerza física, talento intelectual, opinión de los demás– y sobre todo aquello que creemos que constituye nuestra "identidad", a nuestros ojos y a los de los demás. Cuando las cosas cambian y el desfase con la realidad se hace demasiado grande, el ego se irrita, se crispa y se tambalea. La confianza en uno mismo se viene abajo, sólo queda frustración y sufrimiento.
Para el budismo, una confianza en uno mismo diga de tal nombre es algo muy distinto. Es una cualidad natural de la ausencia del ego. Disipar la ilusión del ego es liberarse de una vulnerabilidad fundamental. El sentimiento de seguridad que proporciona semejante ilusión es, en efecto, eminentemente frágil. La confianza auténtica nace del reconocimiento de la verdadera naturaleza de las cosas y de una toma de conciencia de nuestra cualidad fundamental, lo que el budismo llama, como hemos visto, la "naturaleza de Buda", presente en todos los seres. Esta cualidad aporta una fuerza apacible que ya no se ve amenazada ni por las circunstancias exteriores ni por los miedos interiores, una libertad más allá de la fascinación y del temor. 
Otra idea extendida es que, cuando no hay un "yo" fuerte, apenas sentimos emociones y la vida se vuelve terriblemente monótona. Carecemos de creatividad, de espíritu de aventura, en resumen, de personalidad. Miremos a nuestro alrededor a los que manifiestan un "ego" bien desarrollado, incluso hipertrofiado. Hay para dar y vender. Los reyes del "yo soy el más fuerte, el más famoso, el más influyente, el más rico y el más poderosos" no escasean. ¿Quienes, por el contrario, han reducido al mínimo la importancia del ego para abrirse a los demás? Sócrates, Diógenes, el Buda, Jesús, los Padres del desierto, Gandhi, la madre Teresa, el Dalai Lama, Nelson Mandela... y muchos más que trabajan en el anonimato.
La experiencia demuestras que los que han sabido liberarse un poco del yugo del ego piensan y actúan con una espontaneidad y una libertad que, afortunadamente, contrasta con la constante paranoia que provocan los caprichos de un yo triunfal. Escuchemos a Paul Ekman, uno de los especialistas más eminentes en la ciencia de las emociones, que estudia sobre todo a los que considera "personas dotadas de cualidades humanas excepcionales". Entre los rasgos relevantes que ha observado en ellas figuran "una impresión de bondad, una calidad de ser que los demás perciben y aprecian y, a diferencia de numerosos charlatanes carismáticos, una adecuación perfecta entre la vida privada y su vida pública". Pero sobre todo señala Paul Ekman, "una ausencia de ego: esas personas inspiran a los demás por el poco caso que hacen de su posición social, de su fama, en resumen de su yo. No se preocupan lo más mínimo de saber si su posición o su importancia son reconocidas". Semejante ausencia de egocentrismo, añade, "es lisa y llanamente desconcertante desde un punto de vista psicológico". Ekman también subraya que la "gente aspira instintivamente a estar en su compañía y que, aunque no siempre saben explicar por qué, su presencia les parece enriquecedora". Tales cualidades presentan un contraste sorprendente con los defectos de los campeones del ego, cuya presencia resulta como mínimo entristecedora, cuando no nauseabunda. Entre el teatro grandilocuente o, en ocasiones, el infierno violento del ego rey y la cálida sencillez del sin ego, la elección no parece difícil.
Sin embargo, no todo el mundo está de acuerdo en ese punto, ni mucho menos. Pascal Bruckner, por ejemplo,: "En contra de lo que nos repiten hasta la saciedad muchas religiones orientales, hay que rehabilitar el ego, el amor a uno mismo, la vanidad, el narcisismo, cosas excelentes todas ellas cuando trabajan para reforzar nuestro poder". Esta afirmación se acerca más a la definición de un dictador que de Gandhi o Martin Luther KIng. De hecho, es la tentación totalitaria, dar el máximo de poder al ego pensando que va a solucionarlo todo y reconstruir el mundo a su imagen y semejanza. ¿El resultado no es Hitler, Stalin, Mao y el Gran Hermano? Megalómanos que no soportan que la menor parcela del mundo no sea como ellos desean. 
Porque existe una gran confusión entre poder y fortaleza. El poder es un instrumento que puede matar o sanar; la fortaleza, lo que permite atravesar las tormentas de la existencia con un valor y una serenidad invencibles. Y esa fuerza interior nace precisamente de una verdadera libertad respecto a la tiranía del ego. La idea de que es necesario un ego poderoso para triunfar en la vida procede sin duda de una confusión entre el apego al yo, a nuestra imagen, y la fortaleza, la determinación indispensable para realizar nuestras aspiraciones profundas. De hecho, cuando menos influido se esté por el sentimiento de la importancia de uno mismo, más fácil resulta adquirir una fuerza interior duradera. La razón es sencilla: el sentimiento de la importancia de uno mismo constituye un blanco expuesto a toda clase de proyectiles mentales –celos, miedo, avidez, repulsión– que no cesan de desestabilizarlo. 

Matthieu Ricard

lunes, 17 de junio de 2013

Cu cu. Lenguaje no verbal muy particular

haideé iglesias

Un lenguaje no verbal muy particular.
Hoy me introduje en algunos blogs. En uno de ellos –que fue en su momento usado para unos fines no muy loables (para crearme inseguridad, primordialmente, no otra cosa), aunque los comprendo, dada la falta de entendimiento–, pude comprobar todo cuanto se dijo que no se dijo :). El lenguaje no verbal. Pero hablo del lenguaje no verbal no verbalizado, que no del icónico (el de movimientos, unos más perceptibles que otros) y cuánto andaba soterrado pero expresado y captado claro. Captado por quienes estaban más receptivos. Con esta receptividad es con lo que se ha querido que me volviera loca. Tanto miedo a ser descubiertos... paradoja de nuevo: así que yo te uso para que andes al son que toco, ah, pero ni se te ocurra enterarte de que lo hago... :) y todo así... Esa idea –proveniente de la ignorancia– es la que ha causado el desbarajuste de blogs y las personas que están en ellos. Creer que puedo hacer lo que me parezca porque nadie se va a enterar... pues no será porque lo dije, y lo han dicho, muchas veces. 
Todo eso que ansiamos porque algo no va bien en la vida que vivimos. Todo eso que son sentimientos que están pero que uno se guarda para si mismo, todo eso, salió allí a relucir. Que cantidad de movimiento sensorial sin hablar ni una sola palabra, pero pensándola. Cómo para no enterarse. Por esto insisto: hacerse conscientes de lo que pensamos, de como lo pensamos. De otro modo las proyecciones se enseñorean en cuanto hacemos, o dejamos de hacer, tanto da. Es. Y es porque están esos lenguajes no dichos. Si traducidos a palabras, pero no verbalizados. Otra cosa muy diferente es el sentir. Aquí el pensamiento ya no gobierna. Puede estar pero no se desmanda, con lo que se es consciente de todo cuanto acontece y por ello se está en el momento presente. Por esto no se es arrastrado por la corriente de pensamientos. De uno mismo o de otros. 
De ahí la gran bendición de la honestidad. Cuando no hay mentiras nada perturba. Todo es espacio. Un espacio que se convierte en espejo. Si. El espejo que todo lo refleja y con nada se queda. 

El insecto está feliz haciendo lo que hace. Y lo mejor: Que no sabe que está feliz :) Tan hermoso vivir así :) ¿Cómo caer en las trampas de los halagos o desprecios si uno simplemente vive? :)))
¡Feliz semana! 

viernes, 14 de junio de 2013

La mayor violencia y, de la honestidad a la libertad

haideé iglesias

"La mayor violencia se da cuando atacas a alguien con la idea de que no tiene remedio, que no puede cambiar".
Sean Penn

En estos años que están sucediendo tantos hechos anómalos esta quedando de manifiesto, cada vez con más claridad, la violencia constante en la que vivimos. Micro violencias. Violencia gratuita –si es que así se la puede denominar. Violencia enmascarada. Esta frase refleja esa violencia sutil del que, en ocasiones inconscientemente, la impone como recurso en un momento de furia hacía el otro, y en particular hacía los niños. Aprendemos esta violencia sin saber que es violencia, pero el alma si sabe que lo es. Así nos encogemos y buscamos el modo de salir airosos del sentimiento de frustración que sentimos. Y el modo más común es imitando esa misma violencia, no sólo hacía los demás, sino contra nosotros mismos. Esa frase que ya he mencionado en alguna ocasión y que tanto se usa: "a mi no me cambia nadie" es un reflejo de la violencia con las que nos tratamos a nosotros mismos. Y sin saber que esto es así. Percibimos una gran gama de emociones en el interior que no somos capaces de percibir en su complejidad, con lo que lo traducimos con este tipo de frases. Es un modo de usar la defensa, porque el modo de decirla siempre es violentamente. Pero a estas mismas personas siempre les gusta imponer a los demás sus ideas, creencias o pensamientos. Otro ejemplo más de violencia. Si, vivimos inmersos en la violencia pero no nos apercibimos de ello. Y tampoco nos preguntamos si realmente ese comportamiento es algo que refleje quienes somos. Ese ser que en su momento fue violentado y cerrado en ese estado de defensa, y de guerra contra si mismo, por el entorno que sigue repitiendo las mismas pautas cerradas sin tomar conciencia de que así sucede.
Tiempo es de que estas pautas se rompan. Tiempo es de ver lo innecesario de todo ello. Tiempo es de comprender que esas pautas no nos  benefician porque esto no es lo que somos en esencia, sino algo que nos han inculcado y que, por supuesto, podemos aprender a ver como hemos sido engañados, y que por esto mismo, reproducimos el mismo modelo violento una y otra vez haciendo-nos daño sin saberlo. 
El miedo ese gran carcelero... Si... Y la ignorancia, su más fiel defensor. Desaprender para comenzar a ver y a comportarnos de otro modo. Desaprender para comenzar a vivir esa vida auténtica que aquí hemos venido a vivir, no conformándonos con las repeticiones que nos engañan. No dejemos que aquellos que no ven se dediquen a hablar mal del ser humano que no conocen: ellos mismos. Imposible que puedan hablar con propiedad de los demás. He visto un libro recomendando el plagio. Que mal se ha de querer a si misma esta persona para querer que los demás no sean creativos y se vean obligados a imitar, copiar, plagiar a otros. Ya lo he dicho en múltiples ocasiones: en todo cuando hacemos –y en lo que dejamos de hacer– nos estamos mostrando. Y con este ejemplo del libro que menciono esta confirmándose como todo lo que aquí ha estado sucediendo se a expandido a la sociedad. Mas, hay múltiples expresiones. No sólo las de aquellos que por estar en mayor número aparece con mayor frecuencia. Una buena nueva: esto ya está cambiando. Si. La honestidad como modo de vida. De la honestidad a la libertad.

¿Feliz fin de semana! 
Gracias por ayudarme a comprender :)

martes, 11 de junio de 2013

Compartiendo

haideé iglesias

Compartiendo la felicidad de vivir...

viernes, 7 de junio de 2013

Progresión blancoazulada






haideé iglesias

todo está presente... hasta el engaño... no busques tres pies al gato, no... el engaño es la ilusión de aquello que llamamos realidad y en la que creemos vivir... pero si, el engaño también está... ¿cuántas mentiras has contado hoy de las que ni siquiera te has apercibido? 
Por ejemplo: 
a la pregunta ¿qué tal estás?
¿qué has contestado?

azul,
azul, 
azul, 
azul, 
azul... :))) 
hermoso azul... -.-

¡Feliz fin de semana!

jueves, 6 de junio de 2013

Filtrándose


Intensidad. Intuición. Reposo. Misterio. Silencio. Magia.

haideé iglesias

Definición. Tangibilidad. Variación. Suavidad. Sosiego. Claridad.

miércoles, 5 de junio de 2013

Entrelazadas

haideé iglesias

No hay obstáculos... fluyen sin pensar... 

lunes, 3 de junio de 2013

Unas hojas que me han traído luz

haideé iglesias

Veo la magia de su crecimiento... mas... que lejos me estaba quedando la tortura sistemática a la que año tras año a algunos árboles se les priva de sus ramas y estos solo hacen que brotar y brotar regalándonos todo cuanto pueden dar de sí en esas circunstancias: sombra, oxígeno, alegría por su contemplación, el aroma –más intenso en unos que en otros– sus formas y la vida que palpita en cada una de sus hojas... 
Insensibles por ignorar lo que es la vida, entendida como algo a manipular o controlar, e incluso algo a eliminar, cuando no se pliega a nuestras caprichosas interpretaciones de lo que es la vida. Matándonos a nosotros mismos por ello. Mas, ahora comprendo y no hay sufrimiento, sólo amor...
Otra enseñanza más. Agradecida por ello. Gracias tilo por todo cuanto nos ofreces a cada instante... Infinitesimales instantes...
Amor inagotable, si -.-

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