lunes, 28 de noviembre de 2011

¿Cuánto estarías dispuesto a pagar por un euro? Escalada. Los costes sumergidos y de nuevo "el qué dirán". Análisis realizado por psicólogos


Larga entrada, ¿verdad? Es lunes, se supone que se está más fresco. Ánimo. Es muy interesante. Y sobre todo, aleccionador. Y también ayuda a entender que si uno no se conoce a sí mismo, lo más fácil es caer en este tipo de comportamientos; comportamientos que llegan a causar gran daño, sobre todo en vidas humanas. Y si tú te ves reflejada-o en este análisis, toma conciencia, es el modo de hacer cambios profundos para evitar, en lo posible, seguir causando sufrimiento, a ti y a todos cuantos están en tu entorno. Son los dos ámbitos, tú y el entorno en el que vives, que más cerca tienes. Si tú no tienes control sobre ti mismo, ¿por qué pretendes cambiar el mundo con tus palabras y, en ocasiones, con tus actos? ¿Por qué criticas a los demás si tú tienes la casa por barrer?

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¿Gastaríamos el dinero más a gusto si pudiéramos elegir dónde queremos estar y dónde no? Parece un dilema risible, pero intentemos considerarlo desde otra perspectiva. Por ejemplo ésta: en la pequeña ciudad en que vivimos hay dos tipos de campos de fútbol sala, cubiertos y descubiertos. Para utilizar los que están al aire libre es preciso pagar una cuota anula que nos permite disfrutar del servicio sin ningún coste adicional. Igualmente, para jugar a cubierto, hay que pagar una cuota anual, pero a ésta hay que añadir 50 euros por cada hora que se utiliza el campo: un coste extra que depende de los mayores gastos de gestión. Al reservar un campo cubierto, nos comprometemos a pagar de todos modos, juguemos o no.
Es una tarde de noviembre y, junto con unos amigos, hemos reservado y, por tanto, pagado un campo cubierto. Pero el día es primaveral, resplandece el sol y, la temperatura es agradable. Jugar al aire libre sería un auténtico placer, pero ¿tiraríamos los 50 euros ya ingresados por el campo cubierto? ¿Qué hacer?
Parecería una obviedad: el pasado ha pasado. El dinero y las energías ya consumidas no deberían incidir en las elecciones futuras; éstas deberían depender más bien, de lo que realmente cuenta: los costes y los beneficios futuros determinados por ellas. Sin embargo, por orgullo, por temor al juicio ajeno o por un cierto sentido de coherencia hacía los compromisos adquiridos es difícil admitir un error y abandonar una empresa en al que habíamos embarcado, en el momento en que se revela destinada al fracaso. Esto también es aplicable a los directores de empresas, los políticos y los inversores, entre los cuales hay una documentada y marcada tendencia a honrar los "costes sumergidos".
He aquí uno de los experimentos originales con que los psicólogos Hal Arkes y Catherine Blumer capturaron el fenómeno en su "forma pura".
El presidente de una compañía aérea invirtió 10 millones de euros en un proyecto de investigación para construir una aeronave que no pudiera ser detectada por los radares convencionales. El proyecto estaba completado en un 90% cuando se difundió la noticia de que otra compañía ya había puesto en el mercado un avión con las mismas características, más veloz y económico que el que se estaba proyectando. Pregunta: Si estuviéramos en la piel del presidente de la primera compañía aérea, ¿deberíamos haber invertido el restante 10% para acabar el proyecto? El 85% de los sujetos respondió de manera afirmativa. ¡De perdidos al río! (... y sigamos haciéndonos daño).
Pero atención: porque, cuando se replantea el mismo escenario, pero cancelando los costes sumergidos, es decir, preguntando quién estará dispuesto a poner un millón de euros para proyectar un producto claramente inferior a otro de la competencia, el porcentaje de quienes invertirían su dinero baja drásticamente al 17%. Éstos determinan, de manera correcta, la propia estrategia en función de los costes y los beneficios futuros.
Pero, entonces, ¿por qué en el primer caso salta la trampa de los costes sumergidos y nos dejamos condicionar por los gasto pasados? Probablemente, sugieren los dos investigadores, por una indebida generalización de le regla de comportamiento según la cual "no se debe desperdiciar" (de la cual la evidencia experimental muestra que serían curiosamente inmunes niños y animales).


El fenómeno es pernicioso y está muy difundido. Pensar que "he invertido demasiado –en términos de tiempo, empeño, energías, dinero y sentimientos– para aflojar ahora" Hasta el punto de llevarnos a pagar por un euro incluso más de tres veces su valor. Un juego –en palabras de su creador– "extremadamente sencillo, muy divertido, de aquellos que se pueden proponer durante una […] El juego en realidad no es más que una subasta. En venta una moneda de un euro. Como en toda subasta que se respete hay un rematante y unos postores. Gana el euro que está en juego quien hace la oferta más alta. La base de la subasta es un céntimo. La única excepción –por otra parte, crucial– respecto de una subasta "normal" es que el segundo mejor postor debe pagar al rematante la suma que ha ofrecido, a cambio de la cual, al haber quedado segundo, no obtendrá nada.
En la escalada de disgusto, estrés e implicación, juegos de este tipo suelen acabar con alguien que "gana" la subasta, llevándose un euro por 3 euros y 40 céntimos. Y, otro, el segundo, que paga poco menos de esa cifra al rematante.
Podemos dudar de que haya tantos tontos por ahí. Pero basta razonar un paso a paso para sentir la fuerza del mecanismo que nos encadena a un inversión pasada: aunque fuera de pocos céntimos.
Supongamos que alguien ha ofrecido 10 céntimos por el euro que está en juego. No será difícil encontrar a otro dispuesto a ofrecer 11. Pero entonces al que había ofrecido 10 le convendrá seguir y tener el euro por 12 céntimos, desde el momento en que, como segundo, se encontraría en la situación de tener que pagar 10 céntimos al rematante sin ganar nada. Obviamente el mismo razonamiento, después de que la apuesta fue elevada a 12, lo hará también el otro jugador, el que había ofrecido 11; en efecto, ahora el segundo es él.
Y así sucesivamente, puja a puja. Llegamos al primer umbral crítico, el de los 50 céntimos. La puja es a 51, lo cual significa que el auténtico ganador será el rematante, desde el momento en que recibirá tanto la primera como la segunda apuesta, es decir un total de 1 euro y 1 céntimo. Superado ese umbral, el otro momento crítico será el de 1 euro. Hasta 99 céntimos, siempre habría una ganancia, aunque sea mínima, al menos para el postor. Llegados a 1 euro, quien lo ofrece queda empatado: paga 1 euro por 1 euro. Pero el segundo perdería 99 céntimos y, por la misma lógica que ha generado la espiral de ofertas desde el principio, él considerará preferible perder 1 céntimo ofreciendo 1 euro y 1 céntimo que perder 99 céntimos: "¡No seré yo el tonto!". El adversario hace el mismo razonamiento, y he aquí que fácilmente en poquísimo tiempo nos encontraremos frente a ofertas que se persiguen al alza hasta 3, 4 o 5 euros por una moneda de 1 euro.


haideé iglesias

En la trampa cayeron ruinosamente los responsables del proyecto Concorde en Francia e Inglaterra. A pesar de que el proyecto viajaba a velocidad mínima, ralentizado por una numerosa serie de incidentes, ineficiencias y mala programación, dejándo presagiar su clamoroso fracaso, detenerlo del todo fue de veras difícil. Se necesitaron años de producción con pérdidas y un choque que costó la vida a más de cien pasajeros en París, en julio de 2000, para obligar al grupo del Concorde, en 2003, a dejar definitivamente en tierra los ejemplares del futurista "pájaro blanco" tan magnificado por sus proezas tecnológicas.
La subasta del euro es el paradigma de juegos incluso más trágicos, donde la escalada se paga al carísimo precio de innumerables vidas humanas. En las guerras, tanto vencedores como vencidos pagan un "precio" desproporcionado por la apuesta que está en juego. El "rematante", que recoge los beneficios de los gastos militares, será el único que con seguridad ganará. No es casual que Shubik publicara su juego como ilustración de "una paradoja del comportamiento no cooperativo y del efecto de escalada" precisamente durante la fase crucial de la guerra del Vietnam. Unas vicisitudes dramáticamente ejemplares en las que se había "invertido demasiado para aflojar ahora". La espiral duró años. Reconocer la trampa de los costes sumergidos probablemente habría permitido no tirar otro 10, 20 o 30 % de vidas humanas en la veleidad de llevar a término un proyecto consagrado al fracaso. Como la subasta del euro, Estados Unidos, una vez sufridas sus primeras y graves pérdidas, se encontró arrastrado en un proceso irreversible: alcanzar el objetivo a costa de nuevas y aún más grandes pérdidas, o aceptar una humillación nacional. Ya se sabe que opción prevaleció. (Por desgracia, la experiencia pasada no ha sido de gran enseñanza, si es verdad que aún hoy Estados Unidos se encuentra atrapado de manera análoga en Irak).
Nótese que, si al principio se entre en el juego con la motivación de poder ganar, la espiral del juego es posteriormente alimentada por factores irracionales y de fuerte emotividad: salvar la cara, minimizar las pérdidas, miedo a arruinarse, castigar al adversario por habernos arrastrado hasta ese punto, etc. Todos estos elementos nos mantendrán lastrados al peso de la decisión ya tomada y no nos permitirá determinar libremente las elecciones actuales.
En situaciones de escalada similares hay dos antídotos. El primero banal, es reconocer con antelación la trampa y quedarse fuera del "juego". Si antes de empezar a jugar los competidores se dieran cuenta de la trampa y se negaran a hacerlo, entonces nadie, ni los competidores ni el rematante, ganarían o perderían nada. Pero si acabamos dentro, la única escapatoria es igualmente banal, pero, como hemos visto, difícil de realizar: salir lo antes posible, aceptando que es pasado es pasado y resignándose a encajar la pérdida.

Matteo Motterlini
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Es importante saber perder. Y más importante aún ver las trampas en las que constantemente todos estamos metidos. Gracias por leer :)

La tierra se desgaja y llora por tanto dolor. ¿Escuchas su dolor?. ¿Te llega al corazón?. Ella entrega constantemente su vida para que nos alimentemos, ¿se lo agradeces?. Sin ella no hay vida. Como no la hay sin la naturaleza. Cuídala. Cuídate. Cuídanos.

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La paz es el camino y la humildad sus pies -.-

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