jueves, 17 de noviembre de 2011

La esterilidad de la indignación y mi personal visión de la alegría


Resulta curiosa, hablando de actitudes negativas, la facilidad con la que asumimos –por más ecuanimidad que cultivemos– actitudes farisaicas que nos hacen indignarnos apenas empezamos a considerar las cosas que nos desagradan del mundo, sobre todo de las que parecen derivarse de las acciones y las omisiones humanas. No es infrecuente, en este sentido, descubrirnos asumiendo estas actitudes, aunque, en ciertos momentos, haya personas concretas que a veces desempeñan, papeles espantosos. Recordemos, por ejemplo, el uso impropio y corrupto del lenguaje con el que suelen ocultarse –en una especie de newspeak* surrealista– las injusticias, las desigualdades y la explotación de los seres humanos y de los recursos naturales impidiéndonos discernir lo que realmente está ocurriendo. Recordemos el daño provocado por guerras que se hallan al servicio de intereses espurios y de fines más que dudosos; la sensación de que quienes detentan el poder y la responsabilidad no tienen empacho alguno en mentir, ocultar, inventar, coaccionar, manipular, negar, sobornar y racionalizar todo lo que hacen, sin importarles los medios que deban emplear para alcanzar sus ambiguos objetivos; la de un pequeño número de personas y de gigantescas organizaciones multinacionales que, con mucha frecuencia, actúan como si sus intereses, poder, desequilibrio y beneficio se hallaran por encima de los demás y hasta por encima de la ley.

También conviene recordar que, aun cuando todo sea relativamente cierto –y subrayo lo de relativo–, la indignación moral presenta, al menos, dos vertientes diferentes, la del yo y la de la arrogancia.

Todo el mundo coincidirá en que, a pesar del daño, tanto en vidas humanas como en sufrimiento, que puedan provocar, nadie se indigna con los tornados, los huracanes, los desastres, la destrucción y las pérdidas causadas por las inundaciones, los incendios forestales o los terremotos. Es cierto que, en respuesta a tales eventos, afloran emociones como la tristeza, la empatía, la compasión y la solidaridad, pero la indignación jamás hace acto de presencia. ¿Por qué? Supongo que porque, en tales casos, no hay nadie a quien podamos culpar o acusar. Los terremotos, en suma, simplemente ocurren.


Apenas advertimos la aparición de un "ello" –como, por ejemplo, "ellos deberían...", "ellos no deberían...", ¿cómo han podido...?" o "¿por qué no han...?– es decir, apenas asoma una supuesta individualidad en forma de conducta inadecuada, de ignorancia, de avaricia, de irresponsabilidad o de engaño, aflora también el impulso de enfadarnos, de imputar a otros una supuesta motivación y de convertirlos en un problema por más que, en tal caso corramos el peligro de deshumanizarlos. Y esto es especialmente cierto cuando sé que "ellos" están forzando las cosas, quebrantando abiertamente la ley, descuidando la protección medioambiental, violando la Constitución, amedrentando o sobornando a otros países, amasando deliberadamente un poder, una riqueza y una influencia ilegítimos y aprovechándose en beneficio personal de su papel de funcionarios públicos. Y esta actitud de superioridad moral no tiene empacho alguno en acusar y condenar a personas de cualquier lugar y de cualquier cultura, las conozcan o las ignore, tanto próximas como distantes.

Pero esa actitud también conlleva otro problema, porque todas las cosas que estoy mencionando llevan siglos ocurriendo. Basta con echar un vistazo a la temprana historia de China en un libro que recoge escritos de Chuang Tzu, el autor del poema con el que concluyo este capitulo, para advertir que, en torno a año -2205, un hombre llamado Yü es descrito como el "virtuoso fundador de la dinastía Hsia" y que, cuatrocientos años más tarde, en -1818, un hombre llamado Chieh es presentado como "el degenerado gobernante con el que acaba la dinastía". Siempre ha habido épocas de relativa tranquilidad y de completo desbarajuste, de seguridad y de inseguridad, de honradez y de deshonestidad, de acciones relativamente bondadosas y de otras inequívocamente malvadas. Podemos personalizar todo esto y culpar a determinados individuos y también podemos tomárnoslo como algo personal, pero lo cierto es que la cuestión es más profunda que todo esto. Quizás no seamos más que actores de una película onírica que sólo concluirá cuando nos demos cuenta de que somos nosotros quienes estamos alimentando el sueño y de que lo que de verdad importa es despertar. Entonces es cuando todos los personajes de esa pesadilla se desvanecen y ya no tenemos que seguir alimentándola para que discurra de un determinado modo.



¿Nos empeñamos en tomar partido, como solemos hacer, a favor o en contra y nos esforzamos en conseguir un mejor resultado provisional, aunque seguimos soñando siempre acabamos tropezando, más pronto o más tarde, con un "degenerado" como Hitler, un Stalin, un Pol Pot, un Sadam Hussein, un Pinochet o cualquier otra personificación espantosa o espasmo anónimo de la ignorancia, capaz de galvanizar a las masas y difundir el virus que alienta el miedo, el odio y la codicia en las personas vulnerables e insatisfechas? ¿O acaso preferimos, por el contrario, despertar y, de ese modo, amortiguar e incluso quizás acabar de una vez por todas con esas oscilaciones y experimentar una comprensión completamente diferente,una comprensión ortogonal del sueño, una comprensión de la raíz misma de la enfermedad que posibilite un equilibrio dinámico más sano que reconozca formas de trabajar y mantener a raya los impulsos que movilizan la mayor parte de nuestras acciones individuales y, por consiguiente, la mayor parte de nuestras instituciones y que siempre acaban sumiéndonos de nuevo en el sueño o en el trance? ¿O quizás la disyuntiva a las que nos enfrentamos no consista tanto en elegir una u otra de ambas alternativas, sino las dos al mismo tiempo porque, en realidad no son facetas diferentes del mundo, sino dos aspectos paradójicamente distintos de la misma totalidad inconsútil?


Ahora está claro el dilema al que nos enfrentamos. La arrogancia, por más comprensible que pueda ser, resulta, sea cual sea la cuestión de que se trate y del bando en el que nos hallemos, absolutamente estéril. Y si afirmo que es estéril es porque parte del supuesto de que las cosas "deberían", suceder se otra manera, cuando lo único cierto es que ocurren del modo en que ocurren. esto es ahora todo... y no existe otro ahora posible. Poco importa, pues, lo que supongamos que debería o no ocurrir. Esa no es más que una parte de la historia que nos contamos a nosotros mismos y que puede cegarnos a formas más imaginativas y auténticas de contemplar la situación y de mantener con ella una relación diferente por completo, desplazando así un poco la curva de la campana de la normalidad hasta promover una rotación ortogonal y reconociendo la locura –cuando no acabando con ella de una vez por todas–, algo que no tiene nada que ver con cambiar el reparto y seguir manteniendo el mismo guión enloquecido e incomprensible.
Para aprender a confiar en nuestra experiencia directa de las cosas, tenemos que acopiar el coraje necesario para seguir basando nuestras convicciones en cuestiones ideológicas o en la mera corrección política, sino en una percepción y una compresión basada en un discernimiento sabio. Quizás necesitemos también aprender –y dejar, para ello, que el mundo nos enseñe– a descansar en la conciencia abierta, ver las cosas que se ocultan tras los velos de las apariencias y de la información errónea e ir más allá también de nuestra ceguera, de nuestros buenos deseos y de la tendencia a dividirlo todo en blanco y negro o bueno o malo, perdiendo así de vista los matices.
Pero, además de todo eso, necesitamos asentarnos en lo que vemos, en lo que sentimos, en lo que podemos hacer, en nuestro compromiso en crear un mundo diferente sin caer, por ello, en nuestro "yo" mezquino basado en los miedos, con sus problemas, ni en la arrogancia que nos lleva a creernos moralmente superiores a los demás, puros, iluminados, limpios de culpa y de pecado, los únicos, en suma, que de verdad saben cómo son las cosas. Porque, cuanto más lo decimos y lo pensamos, más acabamos creyéndolo, hasta convertirlo en otra noción cosificada, en un nuevo impedimento para la misma libertad, sinceridad y moral que afirmamos rigen nuestra vida y no dudamos en exigir a los demás. Cualquiera puede ver el peligro que entraña este tipo de pensamiento, sobre todo en el caso de que lo ignoremos e independientemente del bando en el que nos movamos. "Yo estoy en lo cierto y ellos están equivocados" "Yo sé lo que está bien y ellos no" "¿Por qué están tan equivocados?" Entonces es cuando empezamos a atribuir motivos.


Creadas originalmente por haideé iglesias

Pero ¿es que estamos realmente en lo cierto cuando creemos tener razón? ¿Y están los demás equivocados por el mero hecho de que así lo afirmemos? Recuerdo que, a este respecto, Soen Sa Nim solía decir: "Abre la boca y estarás equivocado". Pero a pesar de la complejidad e incertidumbre que ello supone, tú, yo, nosotros y todos nosotros tenemos que abrir la boca y a veces tenemos también que actuar, porque ésa es la naturaleza misma de la realidad. ¿Qué es lo que podemos hacer? Ése es un koan que requiere de una auténtica práctica meditativa y de una auténtica práctica política. ¿Podemos permanecer en el no-concimiento y despertar a algo nuevo, más osado, más imaginativo y más curativo que trascienda los límites de los procesos de pensamiento reactivos, desatentos y altamente condicionados y de las garras de las emociones aflictivas, en particular, del miedo? ¿Podemos descubrir un modo de encarnar la bondad que se asiente en una fortaleza interna y externa, especialmente en los momentos más críticos y difíciles, sin caer, por ello, en un fariseísmo corrosivo y corruptor?

El simple hecho de pensar en las cosas de un determinado modo puede acabar desencadenando nuestra indignación. Por ello, para abrir la puerta que conduce a la imaginación, la creatividad, la sinceridad, la atención plena y la acción sincera, es necesario cambiar el modo en que pensamos en las cosas.

Pero el yo es un constructo y, por más claros que sean los hechos, lo que hagamos en una determinada situación suele desencadenar, con más frecuencia de la deseado, nuestra respuesta arrogante. Independientemente de quienes seamos "nosotros" y de quiénes sean "ellos", "nuestra" indignación demuestra la misma ignorancia que "sus" infames maquinaciones. Quizás se requiera de algo mejor, de algo más sabio, de algo más relacional, de un modo de ver menos dualista, que no se apreste a cosificar la sensación de "nosotros" contra "ellos"· o, su prima hermana, la de "bueno" contra "malo", y que, dándose cuenta de ello, lo mantenga, por más intenso que pueda ser, simultánea y amablemente en la conciencia. Tal vez entonces podamos descubrir un modo de no seguir disgregados por el conflicto entre el pensamiento y el sentimiento, y aprender a integrarlos y actuar de manera sabia y estable para avanzar hacia la curación y pasar de la enfermedad y el desequilibrio a la relajación, el equilibrio y la armonía, o dicho en otras palabras, una política sabia y compasiva asentada en la atención y la bondad. Eso significaría realmente respetar, proteger y honrar el cuerpo político, con el compromiso de sacar lo mejor de nosotros y la confianza en que la visión clara es el mejor camino para lograr a largo plazo, la seguridad, la armonía y el equilibrio verdaderos.


Si un hombre cruza un río,

no se enfadará,

por más mal genio que tenga,

cuando su esquife choque con un bote vacío.

Pero si en el bote ve a un hombre,

le gritará, y si sus gritos no son escuchados,

gritará todavía más fuerte,

hasta acabar maldiciendo.


Todo ello si en el bote hubiese alguien,

pero si el bote estuviera vacío,

no se habría enfadado no hubiese gritado.


Si puedes vaciar el bote

con el que cruzas el río del mundo,

no habrá nadie que se te oponga,

ni nadie que pueda dañarte.


Chuang Tzu (siglo -III)


*Newspeak

Término introducido por George Orwell en su novela 1984 para referirse a un uso político e interesado del lenguaje que acaba despojándolo de todo significado. (Nota del traductor)


La práctica de la atención plena. Jon Kabat-Zinn


*** *** ***

Alegría sin más en estas imágenes, disfrutando del momento. Sin aferrarse a nada. Tan sólo viviendo...


No es un utopia ser feliz. Es realizable aquí y ahora.


Y, bueno, ahora ya nos enfadamos con las máquinas también. Están tan presentes en nuestra vida que les atribuimos vida propia... ¡Ay!

En tu mano está cambiarlo tomando conciencia de que tan sólo son máquinas u objetos y que no pueden responder a tus palabras.

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